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By Grace Cornell Gonzales

Illustrator: Bec Young

Bec Young

Cuando visité por primera vez la escuela donde ahora trabajo en San Francisco para enseñar una lección en un salón de inmersión dual, me emocioné al ver la diversidad de los estudiantes. No había mucha diversidad racial o económica en la escuela bilingüe de Oakland donde había trabajado antes: el 98 por ciento de los estudiantes se identificaban como latinos, el 95 por ciento calificaban para el almuerzo a precio reducido o gratuito y alrededor del 86 por ciento habían sido clasificados como estudiantes que estaban aprendiendo inglés (English Language Learners). En todas partes parecía que la segregación en las escuelas públicas era cada vez más arraigada. Sin embargo, allí me encontraba, tomando incómodamente mi bolso de materiales para la lección de demostración frente a un mar de caras de kínder que parecían ir en contra de esta tendencia. Había estudiantes latinos, afroamericanos y blancos, todos charlando en español. Me encontraba eufórica. ¿Podría haber encontrado un lugar en el que los intereses y necesidades de muchas poblaciones diferentes habían convergido? ¿Una escuela pública que funcionaba para todo el mundo?

Luego en septiembre, después de comenzar mi nuevo trabajo como maestra de kínder, fui a una reunión de la Asociación de Maestros y Padres de Familia (PTA, por sus siglas en inglés). En la reunión los padres estaban emocionados de estar allí y dedicados a hacer que la escuela fuera un lugar que sirviera a sus hijos. También eran casi todos blancos, y me enteré después, al conocer personalmente a los padres en nuestra pequeña comunidad escolar, que eran casi todos angloparlantes de clase media o media-alta. Estadísticamente, nuestra población escolar era 50 por ciento latina y 20 por ciento afroamericana. Sin embargo, en esa primera reunión de la PTA, con cerca de 40 personas asistiendo, vi solo unos pocos padres latinos. No había familias afroamericanas presentes. Más tarde en el año escolar, una familia afroamericana empezó a asistir con frecuencia, pero el número de padres latinos que asistía y utilizaba los servicios de interpretación se redujo rápidamente a cero. Además, la mayoría de los padres que participaban procedían del programa de inmersión en español. Los del programa e educación general, compuesto en gran parte de los estudiantes de color, prácticamente no estaban representados.

En mi escuela anterior, donde la mayoría de las familias habían inmigrado recientemente, había presenciado el impacto positivo de los padres que abogaban por sus hijos, aun cuando la mayoría no hablaba inglés y muchos no estaban familiarizados con las estructuras del sistema escolar local. El Comité Consejero de los Programas Estatales para Alumnos Aprendiendo Inglés (ELAC, por sus siglas en inglés) y el Concilio Escolar (SSC, por sus siglas en inglés), los dos grupos que tomaban decisiones y requerían padres como miembros, las dirigían los padres en español y no había tal cosa como la baja participación de familias debido al tipo de población de la comunidad. Los padres se sentían como en casa y sabían que su lengua materna y la falta de familiaridad con el sistema escolar no eran barreras para su participación. ¿Dónde estaban estas familias en mi escuela actual?

Mientras observaba a la PTA fijar las metas de recaudación de fondos, elegir los programas de enriquecimiento de arte, financiar puestos de maestros, destinar dinero para libros, determinar qué tecnología se compraría y seleccionar qué tipos de asistentes de maestros se contratarían, me sentí más y más preocupada por el tipo de voces que se estaban escuchando y el grupo de niños que se estaban favoreciendo.

Rápidamente empecé a ver desarrollarse estas desigualdades en mi propio salón de clases. Las tres madres que se apuntaron para ser las líderes del salón eran profesionales de clase media, todas blancas y angloparlantes. Todas se conocían entre sí porque sus hijos habían asistido al mismo preescolar bilingüe. La mayoría de las familias en la noche de regreso a clases (Back to School Night) también eran blancas y angloparlantes. En las dos primeras semanas de clases se enviaron correos electrónicos, se crearon documentos de Google y se desarrollaron listas de comunicación electrónica, todo en inglés. La mitad de la comunidad de padres del aula se puso a trabajar de una manera que aislaba completamente a la otra mitad de familias del salón.

Esta situación era preocupante por varias razones. En mi escuela la participación de los padres es especialmente importante debido al tipo de decisiones que los grupos de padres deben tomar. La PTA y el SSC se encargan del presupuesto y la PTA genera más de 100.000 dólares al año. Estos dos grupos trabajan juntos para tomar todo tipo de decisiones: ¿habrá o no clases combinadas?; ¿qué tipos de intervenciones estarán disponibles después de clases para los estudiantes con dificultades?; ¿cuál será el presupuesto para las excursiones?; ¿habrá clases e enriquecimiento artístico y para quién?

Yo también estaba preocupada acerca de este patrón por otra razón: como maestros vemos el impacto directo que tiene la participación de los padres en nuestros estudiantes. Las familias que se sienten cómodas e incluidas en la comunidad escolar pueden abogar por las necesidades de sus hijos, preguntar sobre su progreso, obtener consejos sobre cómo ayudarlos en casa y mantenerse informadas acerca de los programas y oportunidades que serán beneficiosos para su familia. La asistencia mejora y los niños se benefician por ver que sus padres participan en su comunidad escolar. Cuando los padres y los maestros hablan entre sí, el comportamiento y la motivación de los niños mejoran a medida que comienzan a entender las maneras en que sus mundos del hogar y la escuela están conectados. Tendría que hacer algo rápidamente o arriesgar que varios de mis alumnos perdieran esos beneficios y que mi salón repitiera la desigualdad de participación de padres que había visto en la primera reunión de la PTA. La historia de cómo he tratado de cambiar esa dinámica es una de mis pequeñas victorias; pero también demuestra que lo que hacemos en nuestras propias aulas para crear equidad en la participación de los padres puede impactar a toda la escuela.

Superando las barreras de comunicación

A partir de la primera semana, cuando los correos electrónicos comenzaron a mandarse en inglés pidiendo que los padres fueran voluntarios para cubrir papeles importantes en la escuela, se hizo evidente que la comunicación era clave. De mi clase de 19 niños de kínder, once eran latinos, dos afroamericanos y seis eran blancos. Había diversidad dentro de cada uno de estos grupos en cuanto a los niveles de educación, estatus socioeconómico y dominio del idioma.

De inmediato, las suposiciones sobre el lenguaje y el uso de la tecnología habían creado líneas divisorias. Por ejemplo, cinco de mis familias hispanohablantes hablaban poco o nada de inglés, pero la mayoría de la comunicación entre padres estaba ocurriendo sin traducción. Esto era especialmente irónico en una escuela de inmersión dual en donde aparentemente todos se habían comprometido a elevar el estatus del español al de idioma principal. El otro problema clave estaba relacionado con el medio de comunicación. Solo la mitad de mis familias usaban el correo electrónico regularmente y al menos una familia no tenía una dirección de correo electrónico; sin embargo, casi todas las comunicaciones de los padres estaban ocurriendo a través de medios electrónicos. Les pedí consejo a otros maestros y hablé con las madres que eran líderes del salón, y empezamos a negociar algunas pautas:

Toda la comunicación debe ser bilingüe y el español siempre va primero. Esto se aplica a los correos electrónicos, cartas a casa, folletos, paquetes de tarea y hojas de inscripción. Esta regla la defendió la maestra bilingüe con más experiencia en mi equipo, y nos ayudamos mutuamente a seguirla. Para las madres que eran líderes en mi salón, significaba pedirle a un padre bilingüe o a mí traducir, o en situaciones de emergencia, utilizar Google Translate y esperar que alguien pudiera echarle un vistazo rápido. Poner el español primero le daba una importancia simbólica al igual que práctica –sirvió para recordarnos a todos que nos habíamos comprometido a estar en un ambiente bilingüe, y eso significa que los angloparlantes deben acostumbrarse a que su idioma no siempre vaya primero. Además ayudó a elevar el estatus del español en nuestra comunidad escolar; lo cual es esencial porque los niños son sensibles a asuntos del poder del lenguaje y a veces se rehúsan a aprender y hablar los idiomas que perciben como de bajo estatus.

La comunicación importante no solo puede ocurrir a través del correo electrónico. Aunque enviar notas a través del correo electrónico es muy conveniente, la comunicación importante también debe ir a casa en papel dentro de las carpetas de tareas semanales. Esto incluye invitaciones a eventos de la clase, notificaciones de excursiones, avisos sobre la escuela o las políticas de clase y las invitaciones para el voluntariado. A menudo esto significaba que yo usaba el mismo texto del correo electrónico en diferentes formatos, tanto en un correo electrónico como en una carta adjunta al paquete de tarea. También yo solía imprimir estos comunicados y pegarlos a la puerta del aula.

Las oportunidades para participar tienen que ser justas. Esto es especialmente importante, ya que por lo general hay un límite en el número de padres que pueden ir en el autobús o entrar en el lugar de la excursión de forma gratuita. Tuve que pensar un poco acerca de la mejor manera de ofrecerles a los padres las mismas oportunidades para participar en las excursiones. Decidí seguir esta rutina: hice una hoja de inscripción en papel y la colgué en la puerta del salón de clase. La hoja de inscripción tenía un espacio para los padres que necesitaban transporte en el autobús y otro para los padres que podían conducir y pagar por sí mismos. Luego, durante el círculo de la mañana, hacía el esfuerzo de acercarme a las familias que pudieron no haber visto la hoja de inscripción en la puerta (porque no recogían a sus hijos por la tarde) y que sabía que no usaban el correo electrónico. Si querían ir, yo misma los apuntaba en la hoja. Entonces enviaba un correo electrónico informándoles a los padres que había una hoja de inscripción en la puerta. También les decía a los padres que el transporte y la entrada gratuita estaban reservadas para las familias que los necesitaban.

La comunicación entre el maestro y los padres debe adaptarse a cada familia. Pasé una buena cantidad de tiempo averiguando la mejor manera de comunicarme con las familias en mi salón de clases, preguntando a los padres lo que ellos preferían y también por medio del ensayo y error. Para algunas familias el correo electrónico realmente funcionaba mejor. Para otras, la mejor manera de ponerme en contacto con ellas era llamar a casa. Para la mayoría de padres, los mensajes de texto eran los más eficaces. Esto puede ser difícil porque no todos los maestros dan sus números de teléfono celular. A pesar de que esto me funcionó, es posible que otros maestros opten por pedirles a los encargados de trabajar con las familias (family liaisons) que manden los mensajes de texto a las familias que prefieren comunicarse de esa manera. Además, los servicios como Google Voice y algunas aplicaciones de los teléfonos inteligentes permiten a los profesores realizar llamadas o enviar mensajes de texto en grupo sin dar su información personal. Al crear un perfil en mi mente de cómo cada familia prefería comunicarse, fui capaz de conectarme con ellas de una manera adecuada y al final, lograr la participación de más familias.

Determinar cuales familias requieren un esfuerzo más directo. Durante el transcurso del año, identifiqué un par de familias que eran más difíciles de incluir en la comunicación tradicional del aula, ya sea debido a sus horarios de trabajo o porque el nivel de alfabetización en su idioma natal no les permitía leer notas escritas fácilmente. Así que traté de conectarme con estas familias a menudo y en persona, hablando con ellas en cualquier oportunidad posible simplemente para saber cómo iban las cosas, para invitarlas personalmente a los eventos importantes y ayudarles a llenar formularios y hojas de permiso cuando fuera necesario.

Estas estrategias evidentemente resultaron positivas. Algunos de mis padres hispanohablantes fueron los más involucrados, acompañándonos a todas las excursiones y asistiendo constantemente a los eventos de la clase como celebraciones de escritores, cumpleaños y fiestas de lectura en familia. Este también fue el caso con mis tres familias afroamericanas. De hecho, una de estas familias no se perdió un evento del salón en todo el año, y cuatro generaciones asistieron a nuestra ceremonia de promoción.

Sin embargo, cuando se trataba de los padres líderes del salón, los padres que participaban en la PTA o el SSC y los padres que venían cada semana para ser voluntarios en la clase, la mayoría eran todavía del mismo grupo de familias pudientes que dominaba los comités de padres en toda la escuela. Aunque esto representaba una serie de oportunidades perdidas importantes, fomentó algunas interacciones interesantes que ayudaron a cambiar un poco el tono del diálogo entre los padres.

Sensibilización

A lo largo del año, traté de ser lo más clara posible sobre las razones por las cuales me comuniqué con los padres en la forma en que lo hice. Hablé con las madres que eran líderes del salón sobre la importancia de las comunicaciones bilingües y sobre la necesidad de enviar los mensajes a casa en la carpeta de tareas y hacer copias en papel de los anuncios. Cuando escribía correos electrónicos sobre las hojas de inscripción para las excursiones, les expliqué que las había puesto en la puerta con el fin de dar acceso a las familias que no utilizaban el correo electrónico. A medida que enfrentaba los temas de la participación equitativa de padres, intenté cuando era posible incluir a los padres en esas conversaciones, incluso cuando yo misma no estaba segura si lo estaba haciendo correctamente.

Cerca del final del año, algo interesante comenzó a suceder. Los padres de mi clase que participaban más explícitamente en las operaciones de la escuela (los que eran padres líderes de la clase, los miembros de la PTA y dirigentes de los comités), comenzaron a plantear cuestiones de equidad por su cuenta. Una mamá que hablaba español con fluidez se acercó a mí, preguntándome cómo podría ayudar a que más padres hispanohablantes fueran voluntarios en el aula. Una de mis madres líderes del salón me preguntó sobre cómo podría utilizar mejor las redes de números de teléfono y mensajes de texto para comunicarse con los padres que eran difíciles de localizar por correo electrónico. Varios padres que eran activos en la PTA querían hablar sobre como involucrar y retener a las familias latinas en el programa de inmersión.

Estas conversaciones se extendieron más allá de las interacciones con otros padres. Por ejemplo, durante la última reunión con las madres líderes del salón –uno de los padres de otra clase de inmersión sugirió que coordináramos la comida del último día de clases a través de una hoja de inscripción en los Google Docs. Una de las madres de mi salón respondió: “Yo no sé acerca de su clase, pero en nuestra clase tenemos una gran cantidad de familias que no utilizan el correo electrónico. Vamos a imprimir una hoja de inscripción para colgar en las puertas también y además enviar algo a casa en las carpetas. Queremos asegurarnos de que todos puedan participar. Puedo ofrecerme para hacer la traducción al español, siempre y cuando alguien me la revise”. Me sentí tan feliz de que la misma madre que no pensó dos veces en comunicarse solo a través de correos electrónicos en inglés al comienzo del año ahora estaba abogando por las diferentes necesidades de comunicación de las familias en nuestra clase.

Me di cuenta que muchos de estos padres habían venido a nuestra escuela porque querían un ambiente diverso para sus hijos, pero quizá no sabían cómo navegar en ese tipo de ambiente. La falta de sensibilidad a las cuestiones de equidad no es necesariamente intencional. A veces no se les ocurre a los padres involucrados que su forma de hacer algo puede alejar a otras familias. Las conversaciones que tuvimos en mi salón de clases fueron un paso, aunque pequeño, hacia la apertura de diálogos más amplios sobre estas cuestiones en el ámbito escolar.

Oportunidades perdidas

Al reflexionar sobre el año escolar, quise celebrar las victorias sin perder de vista las cosas que haría de otra manera en el futuro. Por ejemplo, había aprendido de otros maestros que en muchas escuelas de inmersión todos los salones deben tener un padre líder que sea hispanohablante y otro angloparlante. Esta simple expectativa habría hecho una enorme diferencia en mi salón. Habría facilitado la traducción y hecho que la comunidad de padres del aula incluyera a una gama más amplia de familias. También habría hecho más fácil involucrar a las familias hispanohablantes como voluntarias y atraer a más voluntarios hispanohablantes al salón para que trabajaran directamente con los niños. En un programa bilingüe los estudiantes necesitan tener ejemplos a seguir de habla hispana, y es aun mejor cuando provienen de la comunidad de padres. También es importante para que los padres y sus hijos reconozcan el valor de sus habilidades lingüísticas en nuestra aula.

Pero ante todo, yo estaba muy consciente de que la mayoría de las conversaciones importantes que había tenido con los padres acerca de la equidad las tuve con las madres líderes del salón y algunos otros padres que eran voluntarios frecuentes en el salón, la mayoría de los cuales eran de familias blancas de clase media. Aquí me di cuenta que me dejé llevar por mis propios problemas. Como maestra blanca, me sentí más cómoda hablando abiertamente sobre los problemas de equidad con los padres más privilegiados, sobre todo con los padres blancos, y esos padres se sentían más cómodos hablando de ese tema conmigo. Sin embargo, si las cosas iban realmente a cambiar, todos los padres tendrían que participar en la conversación.

Nuevos comienzos

Armada con el conocimiento de lo que había salido bien y lo que había ido mal durante ese primer año escolar, empecé el nuevo año con un conjunto de nuevas prioridades. La primera era encontrar a padres líderes del salón que fueran hispanohablantes. Mi segunda prioridad era empezar a tener las conversaciones que había evitado el año anterior.

En lugar de esperar a que los padres se ofrecieran como voluntarios para ser líderes del salón, me acerqué a un par de madres hispanohablantes antes de la noche de regreso a clases (Back to School Night) y les pregunté si querían ser las líderes del salón. Una aceptó; la otra se negó amablemente, pero se ofreció a ser voluntaria de otra manera. En la noche de regreso a clases, pedí voluntarios otra vez y se ofrecieron una hispanohablante y otra angloparlante. Por lo tanto, ya tenía mi equipo de tres: una madre de Argentina y una de México, ambas hispanohablantes bilingües, y una madre blanca que hablaba algo de español.

Esa noche también pasé una lista pidiendo a los padres que especificaran cómo querían ser contactados: por teléfono, texto o correo electrónico. Entonces, las madres líderes del salón y yo creamos listas de contactos y las dividimos. Una madre enviaría correos electrónicos bilingües, una textos, y la tercera llamaría a las familias que habían pedido ser contactadas por teléfono, que por coincidencia eran todas hispanohablantes.

Mercedes, una líder del salón que es mexicana, ha sido un apoyo extraordinario. Debido a que ella está dispuesta a llamar a las familias que hablan español para pedir que sean voluntarias, he tenido muchos voluntarios hispanohablantes haciendo trabajos en el salón: tres de ellos leen con los niños durante el taller de lectura y dos ayudan durante la clase de arte. Por lo tanto, mis estudiantes tienen personas de su comunidad demostrando el uso del español durante el día escolar, y los padres latinos de mi salón están conociendo a las madres líderes a través de las llamadas telefónicas y el trabajo que hacen juntos en el aula.

Este sistema de repartir la tarea de ponerse en contacto con las familias ha resultado en una mayor participación de padres y en un modelo de involucrar a las familias; por lo tanto mucho más sostenible para mí como maestra. Cuando tengo que mandar algo de información a los padres, sea una invitación a una fiesta en el salón, una oportunidad de voluntariado o un recordatorio acerca de las reuniones de padres y maestros, simplemente me pongo en contacto con las líderes del salón y ellas se comunican con los demás a través de llamadas telefónicas, correos electrónicos y textos. Ya tenemos suficiente trabajo como maestras, así que encontrar un sistema de participación para los padres que sea tanto equitativo como sostenible es una verdadera bendición. Buscar padres bilingües que sean líderes del salón es aún más importante para los maestros que no son bilingües, pero que trabajan en comunidades donde muchas familias hablan otros idiomas.

Empezando con las madres líderes del salón, comencé a tener conversaciones abiertas con los padres de color sobre la equidad y la participación en nuestra escuela. Una de las madres hispanohablantes sugirió que se creara una red de padres voluntarios de la PTA y el ELAC que llamaran a las familias hispanohablantes para invitarlas personalmente a las reuniones. Con la ayuda de otros padres bilingües, fuimos capaces de coordinar esto antes de las primeras reuniones del año de la PTA y el ELAC para casi la mitad de las clases de la escuela. Se ha hablado de expandir esto en el futuro para incluir a todas las clases y también para invitar a las familias afroamericanas de la misma manera. Asimismo, recientemente comencé a asistir a una serie de reuniones matutinas organizada por mi director para hablar con los padres acerca de cómo aumentar la participación de las familias. Eso me ha dado la oportunidad de hablar con padres latinos y afroamericanos acerca de cómo los maestros y la comunidad de padres puede ser más acogedora. Han compartido ideas como asegurar que las carpetas de tarea lleguen a casa cada miércoles, alternar las horas de la reunión de la PTA entre la mañana y la tarde, informarles a las familias que habrá traducción en las reuniones y recordarles a los profesores lo importante que es sonreír y saludar a los padres cuando los ven por las mañanas.

Cambios

Aunque tenemos un largo camino por recorrer, estas conversaciones con los padres de nuestra comunidad escolar parecen estar dando algunos frutos. Al final del primer año, un padre de mi clase se ofreció para encabezar un comité enfocado en atraer y mantener familias latinas en nuestra escuela. Otro hizo una presentación en español en nuestra orientación para nuevas familias de kínder animando a las familias hispanohablantes a que participaran como voluntarias en las aulas y se unieran a la PTA. Me comprometí a hacer una presentación en la reunión del personal escolar para compartir con otros maestros las estrategias que había utilizado para comunicarme con los padres e involucrarlos. Este año, los padres hablan de tener algunas reuniones de la PTA en español con traducción al inglés y sobre cambiar la estructura de las reuniones para permitir el trabajo en grupos pequeños y así fomentar una mayor participación. Además, como he llegado a estar más involucrada en el SSC, he podido conectarme e intercambiar ideas con los padres de estudiantes mayores que han estado pensando y hablando de estos temas durante un tiempo.

Todavía hay mucho por hacer, tanto en mi salón como en la escuela, para rectificar los patrones exclusivos de participación de padres que observé al principio del año pasado. Mientras la PTA se enfoque exclusivamente en la recaudación de fondos y presione a los padres a hacer grandes contribuciones personales, muchas familias seguirán sintiéndose alienadas y decidirán no participar. Mientras el SSC no tenga miembros afroamericanos e incluya en su mayoría a padres con hijos en el programa de inmersión, muchos de los estudiantes de esta escuela no tendrán a nadie que abogue por sus necesidades. Y, si bien es importante llegar a las familias latinas hispanohablantes, es esencial que también invirtamos tiempo y atención en incluir y empoderar a las familias afroamericanas y otras familias de color.

No es fácil, pero creo que un cambio sustancial es posible si empezamos a hablar de estos temas en lugar de dejarlos sin tocar. Al principio del año un amigo que también es padre en una escuela pública me recordó que, especialmente en la escuela primaria, los maestros les enseñan a los padres las expectativas con respecto a la manera en que deben estar involucrados o no en las escuelas de sus hijos. Esas lecciones dan forma a cómo los padres interactúan con los futuros maestros y comunidades escolares de sus hijos. Esto sirve para recordarme constantemente que siempre estamos comunicando nuestras expectativas, a través de la redacción de cada nota a casa o del lugar donde colocamos cada hoja de inscripción. Estamos comunicando nuestra opinión acerca de quién esperamos que se involucre y cómo. Estamos abriendo o cerrando puertas con los padres. Y todas estas decisiones, sean pequeñas o grandes, tienen un impacto más allá de nuestras aulas. Si queremos que las escuelas sean equitativas, tenemos que ser igual de intencionales sobre cómo involucramos a los padres que cómo educamos a sus hijos.  

Grace Cornell Gonzales es una socia de edición de Rethinking Schools y una maestra de kínder bilingüe en San Francisco, California.