Escuelas, tierra y paz en Colombia

By Bob Peterson

Illustrator: Barbara Miner

Barbara Miner
Institución Educativa Natalá en Toribío, Colombia.

Por la invitación sabía que ésta no sería una visita normal a una escuela. Mi esposa Bárbara y yo viajaríamos por las montañas de los Andes para visitar una escuela indígena que se encuentra en la encrucijada del futuro de Colombia.

La escuela, Institución Educativa Natalá, es un importante bastión del pueblo nasa que trata de proteger su idioma, su cultura y su tierra. Los nasa son una entre los aproximadamente 100 grupos indígenas que habitan en Colombia, donde la lucha para proteger las tierras indígenas es una cuestión fundamental del acuerdo de paz emergente del país.

He sido maestro bilingüe y activista sindicalista en los Estados Unidos durante más de tres décadas. Bárbara y yo llegamos a Colombia en septiembre y permanecimos ahí varios meses para mejorar nuestro español y encontrarnos con activistas de la educación. Era un momento histórico. Después de un acuerdo de paz inicial en La Habana en septiembre pasado, el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) fijaron la fecha de marzo del 2016 para llegar a un acuerdo final.

En todas partes de Colombia, desde ciudades cosmopolitas como Bogotá y Medellín hasta el pueblecito más pequeño, la gente mantenía una reservada esperanza de que los acuerdos de paz terminaran con la guerra de guerrillas más larga en la historia de América Latina, prolongada a lo largo de más de medio siglo. Por mucho tiempo Colombia ha sido un país donde las vastas áreas rurales están bajo el control de fuerzas extragubernamentales, sea de las fuerzas paramilitares, las empresas mineras, los narcotraficantes o los guerrilleros izquierdistas. Estas áreas tienen mucho que perder si se aplican mal los acuerdos ya que podría crear un vacío de poder que permitiría que las bandas armadas dominen las áreas rurales, así como una mayor explotación de los recursos de Colombia y un mayor desplazamiento de campesinos y pueblos indígenas.

Plinio Ñuscue, un miembro de la Guardia Indígena de Cauca, quien nos acompañó durante nuestra visita escolar, nos explicó que la tierra siempre ha estado en el centro de la lucha por el poder en Colombia: “Nuestros antepasados vivían de las llanuras cuando llegaron los colonizadores (españoles). Querían nuestra tierra y obligaron a nuestros antepasados a irse a las montañas. Ahora, cuando se han descubierto que esas montañas son ricas en minerales, también quieren tomar estas tierras. No nos iremos de aquí”.

Un miembro de la tribu nasa que asiste a la Universidad Santiago de Cali, donde yo tengo varios amigos entre el profesorado, nos invitó a visitar la escuela. Junto con dos amigos de la universidad, nos encontramos con los guardias indígenas en un pequeño pueblo cerca de dos horas de la ciudad de Cali. La Guardia Indígena del Cauca se formó hace años para proteger a la gente nasa y sus tierras. Sus armas son el respeto de la comunidad y unos bastones de madera adornados con cintas rojas y verdes que significan sangre y tierra.

Los guardias nos escoltaron fuera de la ciudad con dos motocicletas, una delante y otra detrás del coche en el que viajábamos. Tuvimos cuidado de no perderlos de vista. Una vuelta equivocada en los caminos de montaña podía acabar en horas perdidas. Los guardias también proporcionaban protección. A pesar de que la seguridad en Colombia ha mejorado mucho desde la época de los cárteles de Medellín y Cali, la seguridad sigue siendo una preocupación. Sabíamos que Toribío, donde se encuentra la escuela nasa, ha sido un sitio de luchas polémicas en los últimos años para defender la soberanía tribal.

La carretera de asfalto pronto se convirtió en terracería cuando subimos por las cerradas curvas de la montaña. A veces el camino estaba bloqueado por deslizamientos de tierra o derrumbes; otras veces estaba bloqueado temporalmente por un toro vagabundo o una carreta tirada por caballos. Los perros, gallos y gallinas se dispersaron a medida que pasamos por fincas donde los campesinos trabajaban en pequeñas parcelas de café y caña de azúcar.

Después de 45 minutos llegamos a la escuela ubicada en la profundidad de los Andes. Pronto nos dimos cuenta por qué las motocicletas, los caballos y los viajes a pie son las formas más confiables de transporte en las montañas. Nuestro coche valientemente intentó y falló en hacer la etapa final del viaje. Caminamos.

En la escuela nos recibió otro miembro de la guardia indígena, quien abrió la puerta de hierro que rodea la escuela. El campus tenía grados del sexto a onceavo; la escuela primaria se encuentra más arriba en las montañas. En total eran aproximadamente 430 estudiantes.

En el interior, la escuela estaba tranquila y ordenada aunque llena de energía juvenil. Los estudiantes nos saludaron, sonriendo por nuestros acentos estadounidenses cuando hablábamos en español. Nos acompañaron a la cafetería, y con Milo caliente (una bebida de chocolate) y pan comenzamos nuestras conversaciones con los líderes de la escuela. Con orgullo nos mostraron un mural de azulejos en la parte posterior de la cafetería que ilustra al sacerdote y el líder nasa, padre Álvaro Ulcué Chocué, el primer sacerdote católico indígena en Colombia, asesinado en 1984 por las fuerzas militares.

La visita rápida a la escuela incluyó muchas cosas, desde aulas pequeñas, escasamente iluminadas con paredes de ladrillo y sillas de madera simples, un jardín orgánico, hasta una aula de cocina moderna donde los estudiantes y profesores hacen jugos, panes y otros alimentos con los productos locales para usar en las comidas de los alumnos y venderlos a la comunidad.

Yo asumí que íbamos a visitar las aulas y observar un día normal de clases, pero nuestros anfitriones tenían otros planes. Nos llevaron a una sala de reuniones vacía y nos dijeron que nos sentáramos en frente a una mesa solitaria en el frente. En pocos minutos los estudiantes llenaron el salón, llevando sus propias sillas de plástico, poniéndolas en hileras, listos para una asamblea escolar. Un grupo de estudiantes tocó música indígena y los líderes escolares nos dieron la bienvenida a cada uno de manera bilingüe, en las lenguas nasa yuwe y español. Era evidente que la escuela era, y todavía es, una fuente de gran orgullo para ellos.

Los comentarios del director y los guardias indígenas, en particular, acentuaron la necesidad de respetar y proteger la cultura de los nasa y usar la educación para beneficiar a la comunidad entera. Evidentemente nuestros anfitriones sintieron que la visita de un grupo de la prestigiosa Universidad Santiago de Cali y de los Estados Unidos recordaría a los estudiantes de la importancia de su escuela.

Luego nos reunimos con los profesores y el director en un salón de clases mientras que los estudiantes se quedaron solos. Me llamó la atención nuestra conversación con los profesores por las similitudes con temas sobre minorías lingüísticas en los Estados Unidos.

Debido a mi trabajo como maestro bilingüe y activista político, por muchos años he estado consciente de la importancia de la lengua en la protección de la cultura y los derechos de las minorías lingüísticas. La influencia de la lengua y la cultura dominante siempre es fuerte. Inculcar un sentido de la historia, la cultura y el orgullo a los estudiantes, especialmente en la época de los iPhones, puede ser difícil.

El personal habló sobre los desafíos de construir una escuela bilingüe de calidad. La falta de fondos era claramente un problema ya sea para pagar computadoras, libros o mejorar los edificios. Algunos profesores culparon al “neoliberalismo”: el término utilizado en toda América Latina para referirse a políticas de libre mercado, no solo por la carencia de fondos, sino también por la decadencia general de la lengua y la cultura indígena, y del poder creciente de la privatización y el consumismo. Ven este neoliberalismo en oposición total a los intereses de una comunidad tribal.

“Necesitamos rescatar nuestro idioma nasa yuwe (en extinción)”, me dijo una maestra. “La mayoría de los padres apoyan nuestra iniciativa, pero el enfoque no puede ser solo nuestra escuela, tiene que ser las familias”. Los profesores han formado una escuela de padres. “Nos reunimos con los padres cada varias semanas para hablar sobre lo que está sucediendo en la escuela y para enfatizar la importancia de que ellos hablen todos los días a sus hijos en nasa yuwe”, agregó la maestra.

Claramente, los profesores entendían la importancia del vínculo entre escuela y comunidad, y de cómo ambos deben trabajar juntos. Mi mente se llenó de recuerdos de reuniones en los Estados Unidos donde hablábamos de temas similares y también desarrollábamos estrategias para involucrar a los padres y la comunidad.

Uno de los principales problemas que enfrenta el pueblo nasa es la amenaza de ser expulsado de sus tierras. El desplazamiento es un tema clave en todo Colombia. Debido a décadas de agitación, Colombia tiene un estimado de 5.7 millones de personas que han sido desplazadas internamente. Es la segunda tasa más alta de desplazados internos en el mundo, después de Siria, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Los pueblos indígenas y afrocolombianos están desproporcionadamente representados entre los desplazados de Colombia.

A medida que los habitantes originales han sido despojados de sus tierras, empresas multinacionales de Canadá, los Estados Unidos y Europa—compañías petroleras, empresas mineras (carbón, oro y esmeraldas) y agroindustria (caña de azúcar, aceite de palma)—han llegado y expandido sus operaciones.

Muy a menudo, estas incursiones han sido habilitadas por el apoyo estadounidense a la oligarquía colombiana. Más de siete mil millones de dólares de ayuda militar de los Estados Unidos circularon en Colombia desde los años noventa hasta mediados de los años 2000 para luchar contra el narcotráfico y la insurgencia izquierdista. El gobierno colombiano utiliza simultáneamente grupos militares y paramilitares privados para atacar y asesinar a miles de líderes laborales, indígenas, afrocolombianos y de derechos humanos en todo el país. El Massachusetts Institute of Technology Center for International Relations señaló en 2008, “Una estrategia antidrogas que se ha convertido en una lucha contra la insurrección”.

Unos días después de nuestra visita a la escuela nasa, un activista sindical docente que había actuado en contra de los paramilitares de extrema derecha fue asesinado en el norte de Colombia. En general, asesinatos y desapariciones, sobre todo en los pueblos y zonas rurales, siguen siendo alarmantemente frecuentes en Colombia. Las guerrillas izquierdistas no están exentas de culpa, pero casi unánimemente se responsabiliza de la gran mayoría de los crímenes a los paramilitares de derecha.

En la escuela de los nasa y en toda Colombia la gente apoya claramente los acuerdos de paz; hay un profundo anhelo de paz y de la posibilidad de reconstruir el país. Al momento de publicación de éste artículo, las conversaciones de paz continuaban en curso; la fecha del 23 de marzo pasó sin un acuerdo definitivo; pero seguía en curso la intención de que la FARC y el gobierno lleguen a un acuerdo pronto, seguido por un referéndum en octubre.

Y hasta los acuerdos de paz cuentan con riesgos. Una reunión reciente de más de 37 mil participantes en la Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencia Sociales, en Medellín, emitió una declaración contundente que favorecía al proceso de paz. Boaventura de Sousa Santos, un académico brasileño que fundó el Foro Social Mundial, recordó al grupo que “un territorio libre de conflicto es libre para la gran explotación industrial de recursos”.

Los pueblos nasa viven esta contradicción. Quieren la paz pero también saben que el futuro de Colombia está atado inextricablemente al futuro de las tierras indígenas, las escuelas y la cultura. 

Bob Peterson (bob.e.peterson@gmail.com) es un editor de Rethinking Schools y expresidente de la Asociación de Maestros y Educadores de Milwaukee (MTEA). Gracias a Barbara Miner por su colaboración al escribir este artÍculo.